El cielo azul en tu camisa, la brisa acariciando tu pelo elegante, la vida en tu maravillosa sonrisa.
Dentro de aquel baúl con ventanas de la Caba Baja, Lamiak y cinco amigos a punto de nacer pero con ganas.
El árbol y sus ramas, el horizonte a lo lejos, la piedra cercana y la sal. La noche eterna hizo todo lo demás.
El principio fue un sencillo caminar que es la manera de empezar a conocerse. El terminar unas cervezas en un tercero de la calle Alcatraz cantando en la madrugada.
El sentimiento es difícil de explicar y el pacto quedó por siempre marcado con sangre en la parte frontal de la guitarra.
Velas, incienso, perfume de amistad.
Hay noches que no quieres que acaben jamás.
Mario, tu cuñeti, nos dio la noticia. Álvaro, Israel y yo nos dejamos caer y en silencio por el hueco del ascensor que te elevó hasta el cielo.
Sin palabras que decir y un llanto aguantado nos dimos la mano y el abrazo nos llevó hasta ti, con tu recuerdo y tus ganas de vivir.
El cine, el teatro, la música, la pintura, tú y tú únicamente en el tiempo lleno de colores, llenando de colores la vida con tanta rapidez que me hace pensar que algo sabías.
Se me eriza la piel al escribir de ti, de nuestros amigos y de ti.
El corazón de uno debe ser también de las personas que han formado parte de tu vida. El nuestro, Noureddine se quebró al marcharte, y la mejor manera de recordarte es la de no olvidarte mientras sigas siendo parte del pacto con sangre, canción y risas que tú mismo nos juraste.