¿Te gusta dar consejos? ¿Aunque no te los pidan? ¿Se te da bien decirles a otras personas qué sería lo mejor para ellas en todo momento? Y a ti, ¿te gusta que te indiquen lo que pensar, decir o hacer en una situación? ¿Eres consciente del efecto que ejerces en una persona querida cuando le das una orientación que no te ha pedido?

“Consejos vendo, que para mí no tengo” reza el refranero popular. Cuando era pequeña, recuerdo haber oído este dicho, en momentos distintos, en boca de mis dos abuelas.

Tardé en darme cuenta de su significado, pues cuando se es niña que admira a sus mayores, casi todo se convierte en una revelación sacrosanta (todavía doy gracias a ambas por tanta sabiduría).

El caso es que, al pasar de los años, he ido comprendiendo su significado, particularmente desde que me he formado como coach. Por eso te propongo una reflexión que puede partir de la siguiente pregunta: ¿para qué das consejos?

Si yo fuera tú

Una de mis personas favoritas tiene una forma cortante, aunque divertida, de bloquear a los consejeros. Consiste en que, tras iniciar un discurso sobre algo que le haya ocurrido, al primer intento, por parte de su interlocutor, de aconsejarle a propósito de ello, corta el diálogo diciéndole – ¿Quién?-. Tras la perplejidad inicial de la otra persona y aprovechando su momentáneo silencio, vuelve a preguntarle, esta vez sonriendo levemente – ¿A quién le importa?-.

Reconozco que es una herramienta muy eficaz no sólo para acallar a la orientadora espontánea, sino para lograr que esta última recapacite un poco acerca de su intervención.

Fórmulas como “si yo fuera tú” o “lo que haría en tu lugar” las esgrimimos al dar nuestra opinión sin ambages, como si fuéramos la otra persona y además estuviéramos viviendo su situación.

Pero ni una cosa, ni la otra. Creemos que estamos siendo empáticos cuando, en realidad, nuestra conducta es de entrometimiento en la vida de la otra persona, sea amiga, familiar o sólo conocida.

Desde el Coaching, te invito a que te hagas la siguiente pregunta: ¿para qué das consejos?

Proyecciones, empatía y respeto

El refrán al que aludía al principio hace referencia a un aspecto interesante: cuando dice “que para mí no tengo” se puede interpretar como que esa persona que ofrece una orientación sin serle pedida es incapaz de aplicárselo a sí misma.

Es decir, que si bien es cierto que cuando aconsejamos existe cierto rasgo de empatía, ésta no es plena. Lo explico: si alguien nos cuenta algo que le ha pasado, nuestras neuronas espejo son capaces de ponerse en el lugar del otro. Es más, la esclerótica, que es la parte blanca del ojo, permite que nuestro interlocutor se dé cuenta de que le prestamos atención, al observar que lo estamos mirando, que enfocamos a él. Hasta aquí todo bien.

No obstante, hay veces en las que se produce una cierta ruptura en esa empatía, dejando de ser tal y convirtiéndose en simpatía, e incluso permitiendo que sea el vehículo mediante el que expresemos nuestra propia emocionalidad.

Al proyectar lo que es nuestro, ninguneamos el sentir de la otra persona, olvidándonos de uno de los valores fundamentales, el respeto.

Cuando somos conscientes de que damos consejos no pedidos, el siguiente paso es preguntarnos lo que hay detrás de nuestro afán orientador. Desde el Coaching te propongo varias preguntas que puedes hacerte al respecto:

  • Oportunidad. ¿He sido oportuna al ofrecer consejo a quien no me lo ha pedido? Puedo prestar atención al momento que está viviendo la otra persona, a su nivel de sensibilidad.
  • Efecto en el otro. ¿Cuál ha sido el efecto en la otra persona? ¿Me he fijado en las emociones que ha producido lo que le he dicho?
  • Intencionalidad. ¿Para qué le he expresado mi opinión? ¿Cuál es la intención que está detrás? ¿Es un intento de manipulación por mi parte?
  • Proyección. ¿Qué estoy proyectando cuando ofrezco consejos? ¿Me gusta darlos? ¿Qué es lo que refleja en mi forma de relacionarme con los demás?
  • Egolatría. ¿Cómo me hace sentir el hecho de darle mi parecer? ¿Me hace sentir superior psicológica o moralmente con respecto a la otra persona?
  • Empatía. ¿Qué tal me sentiría yo si fuera otro quien me estuviera aconsejando sobre lo que he de hacer y no hacer? ¿lo aceptaría o me rebelaría?
  • Honestidad. A todo esto, ¿me ha pedido mi opinión de forma expresa?. Si es que no, estoy hablando de más; en este punto, cualquier momento es bueno para callar y escuchar. Si es que sí, te invito a responder a la pregunta ¿qué harías tú en mi lugar? con sinceridad. Lo que sientas en ese momento, aunque procurando respetar a la otra persona y, sobre todo, evitando la influencia o la manipulación en su forma de proceder.

 

Aclaro que en Coaching no hay consejos; los coaches no somos consejeros, ya que nuestra función reside en acompañar y, en algunas ocasiones, ayudar al coachee a alcanzar su meta, propósito u objetivo.

Un acompañante escucha, presta atención a lo que el otro expresa y comunica mediante la palabra, gestos y emocionalidad. Desde el respeto y la evitación de juicios, está en un segundo plano y, si se le pregunta algo, lo habitual es que responda como suele decirse, “a la gallega”, es decir, con otra pregunta.

El acompañante coach hace unas preguntas breves, escuetas, pero poderosas, pues su función se encamina a conseguir que la persona se de cuenta de lo que sea que ha de hacer consciente, pero por sí misma.

Para quienes habéis llegado hasta aquí, os diré que sí, efectivamente, caí en la trampa-enseñanza de mi persona favorita al menos en un par de ocasiones. Y en ambas pude darme cuenta de que ella no deseaba tanto lo que tenía que decirle, cuanto que la escuchara.

Porque las personas, cuando queremos saber el parecer de los demás, se lo preguntamos. Así de simple. Así de eficaz.

¡Felices Preguntas! ¡Feliz Coaching!

 

Silvia Resa

Soy coach ontológica para acompañarte en la identificación de tu objetivo y apoyarte durante tu proceso de Coaching. Sistemas propios: ArkeCoaching, AstroCoaching y IronCoaching.

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Silvia Resa

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