Apuro el tiempo que se marcha. El tiempo que me gasto no volverá jamás. Es frío con escarcha, nubes llorándole al mar, vida negando llorar, bares que en la noche sí te olvidan.
Y empiezo a caminar. Y me doy
con mil luces oscuras que no saben
ni dónde van.
Y sigo caminando
hacia ninguna parte. Lobos hambrientos muerden la soledad del aire, insultan a bellas dionisias mientras se tragan
su piel de serpiente.
Duele. Sigue nevando en la ciudad, la niebla es azul y gris su claridad.
Apenas escucho. La noche encierra nudos, imposible desatar.
Un perro muerde. Va a por ti. Un tiro lo hiere.
Descansan las palabras en portal. Copas llenas, vacías,
piden más. Calles mojadas, lirios sin nombre, venas hinchadas por el mal.
Males que doblan el hambre, casa lejana al andar y fin. Todo llega a su fin cuando no quiere acabar.
La sangre derramada bebo en copa de cristal. Sueño, dueño de chamán, la selva espera. La vida es ciega. Solamente me dejo llevar
Átame a los nudos de tu puerta. No me soltaré jamás.