¿Crees que eres valiente? ¿Puedes confiar en las mujeres? ¿Te sientes admirada? ¿Y si no consigues ese trabajo que anhelas? ¿Crees que te mereces a tu familia? ¿Piensas que es mejor no discutir? ¿Prefieres pasar desapercibido? ¿Te va todo mal? ¿Nunca logras lo que te propones? ¿Y si…?
Sean cuales sean las respuestas, posiblemente respondan a creencias propias, que usamos para entender el mundo que nos rodea y que pueden ayudarnos a avanzar o, por el contrario, pueden frenarnos en nuestro proceso vital; en este último caso se trata de las llamadas creencias limitantes.
Una creencia es una unidad de pensamiento que utilizamos para comprender el entorno en el que nos movemos; tiene que ver con nuestro posicionamiento como individuos, con respecto a los demás, con cuáles son nuestros valores, nuestro concepto de la vida, de las relaciones y nuestra conducta. “Las creencias no son conceptos neutrales”, dice Miriam Ortiz de Zárate, del Centro de Estudios del Coaching; “sino que implican un juicio acerca de nosotros, de los demás o de la manera en la que nos relacionamos con el mundo” Asegura esta experta que existen “las mismas vías tanto para las creencias limitantes como para las potenciadoras, por ejemplo, a veces surgen mediante mandatos expresos en la infancia del tipo ‘no llores’, ‘pórtate bien’ o ‘saca buenas notas’ y en otras ocasiones es la propia persona quien detecta una creencia y la absorbe, aunque lo escuchado no estuviera dirigido a ella”.
Como función, la creencia tiene que ver con la forma en la que el cerebro procesa la realidad, esto es, necesitamos resumirla, concretarla y clasificarla para poder responder con mayor rapidez; sin embargo, algunas de tales creencias pueden no ser beneficiosas para nuestro bienestar, sino sólo para la supervivencia, que es el fin al que se dirige nuestro cerebro.
Creencias que aprietan
“Los hombres son peligrosos”. “Nadie puede confiar en las mujeres”. “La amistad no existe”. “Es peligroso salir por las noches”. “No soporto la mentira”. “Es mejor no discutir”. “Las cosas hay que hacerlas perfectas”. “No encuentro mi lugar en esta familia”. “¿Y si me pongo enferma?”. “Lo que pasa es que nadie me quiere”. “Jamás encontraré pareja”. ¿Te suena alguna de estas afirmaciones? Solemos tener pensamientos de este tipo, que no son más que juicios acerca de casi todo y casi todos. Son creencias limitantes que, lejos de beneficiarnos, nos producen malestar en nuestro pensamiento, emociones y cuerpo. Son sus tres dominios; el primero, a través del lenguaje, incluye lo que pensamos, decimos, las conversaciones con uno mismo y los demás. Según la Neurociencia, el lenguaje actúa en el ámbito neuronal y cuando se crea un pensamiento y se repite, se producen nuevas conexiones neuronales que afianzan y fortalecen tales ideas. El dominio de las emociones, interrelacionado con el del pensamiento, se concreta en respuestas emocionales no adaptativas si se provocan por estos pensamientos. “Cada unidad de pensamiento genera una emoción en mayor o menor medida, proceso que no podemos parar tan fácilmente”, dice Ortiz de Zárate; “Cada conversación tiene un impacto emocional que a su vez retroalimenta el pensamiento asociado a ella”. Miedo, rabia, tristeza, sorpresa y alegría son las principales emociones que, cuando estamos en coherencia, pueden variar, fluir, pero sin quedarse. Según la experta coach del CEC, “conviene dejar que las emociones fluyan con la vida, con el aquí y ahora, pues todas tienen su función y utilidad, siendo un síntoma de salud el hecho de permitir que fluyan, que haya una coherencia”.
En otros momentos las emociones se estancan, y es entonces cuando estamos en el miedo, la rabia, el desánimo o la tristeza. Tales emociones guardan relación con el tercer dominio, el del cuerpo: “Lo que pensamos tiene mucho que ver con nuestra expresión corporal, las conductas o la expresión facial”, dice Miriam Ortiz de Zárate; “Por ejemplo, con el miedo el pecho se cierra, se carga la espalda, se modifica la respiración y nuestras conductas”; “Con el enfado, sentimos calor en el cuerpo y la respiración agitada”. Otra de las implicaciones fundamentales derivadas del dominio emocional tiene que ver con el sistema inmunológico: el estrés como respuesta ante una emoción de enfado, miedo o tristeza y durante un tiempo prolongado debilita nuestras defensas, por lo que hay menos recursos para enfrentarse a las enfermedades.
La interrelación de los tres dominios tiene otro nexo, como es que las emociones se regulan por el sistema endocrino, el cual modifica la producción de adrenalina y cortisol, hormonas que nos sirven para adaptarnos a una situación de peligro. Sin embargo, su efecto es también dañino si se quedan de forma prolongada en el organismo. En paralelo, el proceso de equilibrio del organismo lleva a la reducción de las hormonas del bienestar, como la dopamina o la serotonina.
Las creencias limitantes se construyen en la sociedad en la que vivimos y crecemos, en la familia a la que pertenecemos y desde el propio individuo. “No es lo mismo una sociedad mediterránea como la española que otra escandinava”, dice Miriam Ortiz de Zárate. “La cultura nos aporta estilos de comportamiento, normas y datos que absorbemos a lo largo de nuestra vida”.
En la familia recogemos muchas creencias que en su mayoría no llegamos a cuestionar, son opiniones que conforman la manera en que nos comportamos, por ejemplo: “La vida es dura”. “Hay que esforzarse, como tus padres”. “No hables con desconocidos”. O también juicios hacia nosotros del tipo: “Eres lista”, “Eres guapa” o también “No vales para nada” o “Eres muy torpe. Como individuos, a través de nuestras vivencias y experiencias incorporamos otras creencias que sumamos a las anteriores. Si las integramos desde pequeños se arraigan fuertemente en nosotros, por ejemplo: «Si no soy buena mi mamá no me querrá». «Llamar la atención no es bueno». «Si soy rebelde me prestan atención». «Los chicos no lloran». «Si me quejo me hacen más caso». Las nuevas creencias guardarán estructura de coherencia con las anteriores, que hacen de base de las siguientes, de forma que, a no ser porque iniciemos un proceso de autoconocimiento, esta coherencia se mantendrá a lo largo de nuestra vida.
Cómo detenerlas
Casi todos tenemos un montón de creencias, algunas nos abren puertas: son las llamadas potenciadoras; pero otras, como venimos diciendo, nos las cierran. Estas últimas, las limitantes, presentan cuatro características, según Ortiz de Zárate: las expresamos de forma general con términos totales del tipo todo, siempre, nunca o culpa; usamos las llamadas palabras fuerza como desastre, mal o fatal que anímicamente nos tiran hacia abajo; se trata de opiniones, esto es, no son verdades absolutas y son revisables.
¡Felices Creencias! ¡Feliz Coaching!
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