Como en la película Gas Light, de 1944, dirigida por George Cukor y protagonizada por Ingrid Bergman, Charles Boyer, Joseph Cotten y Angela Lansbury, la expresión luz de gas hace referencia a un tipo de engaño muy concreto, a una manipulación sutil; es el hacer creer que lo que pensamos o sentimos no es real, está equivocado. ¿Te han hecho sentir alguna vez así cuando le has expresado a una persona que su forma de tratarte te hacía daño? Es el fenómeno de gaslighting
Cuando era niña oí que un adulto le decía a otro que no le hiciera luz de gas; días después le pregunté a mi madre qué significaba esa expresión y ella me explicó que se trataba de una forma de engaño. Unos años más tarde tuve ocasión de ver la película norteamericana, basada en la obra de teatro de Hamilton, Gas Light (traducida en España como ‘Luz que agoniza’); efectivamente, se trataba de un ardid para lograr un fin avieso y perjudicial para aquél que sufría su efecto, en este caso, el personaje interpretado por Ingrid Bergman.
Hace unos días, cuando hablaba a otra persona de cómo me sentía con respecto a sus últimas interacciones conmigo, me respondió que no hiciera dramas, pues la situación no era para tanto. Justo en ese momento, la expresión luz de gas volvió a mi mente, pues era el efecto que estaba sufriendo.
Si eres quien lo sufre
“Es un tipo de abuso muy sutil, que se da de forma consciente o inconsciente por el otro”, dice la responsable de ‘El diván de Bibiana’, en la red social Tik Tok; dicha psicóloga argumenta que, cuando se produce de forma habitual, provoca “que se empiece a dudar de uno mismo, pensando que se es sensible o que se perciben mal las cosas”, de tal modo que “se tiende a mentir y a ocultar información, para evitar exponerse”.
Es lo que el escritor Javier Marías define como el acto de “persuadir a una persona de que su percepción de la realidad, de los hechos y de las relaciones personales está equivocada y es engañosa para ella misma”.
En una situación de gaslighting la acción puede ocurrir de la siguiente forma: la persona le dice a su pareja, pongamos por caso, que se siente mal por algo que le ha dicho. Al escucharla, su interlocutora elude el tema o el hecho de pedir disculpas, devolviendo a la primera otra realidad. Frases como «eres muy sensible», «qué exagerada eres», «yo no te he dicho eso», «si era sólo una broma» o «si yo lo he olvidado, haz tú lo mismo», son esgrimidas por quien hace luz de gas, en este caso a su pareja. La persona objeto de gaslighting puede empezar a dudar de sí misma, de su manera de interpretar los hechos, de la forma en que los percibe; en suma, puede verse afectada en la autoconfianza.
Desde el Coaching te invito a detener este tipo de actuaciones, a partir de diversas herramientas:
Si lo hacemos nosotros
“Todos hemos hecho luz de gas en alguna ocasión”, dice la psicóloga Alba Calleja; “Y aunque la intencionalidad no sea la destrucción completa de la percepción ajena, las relaciones humanas están plagadas de procesos similares que ejercemos, en ocasiones, apenas sin darnos cuenta”.
Dice esta experta que es habitual encontrar dicha herramienta en parejas en las que uno de sus miembros intenta manipular al otro: “Ese es precisamente el contexto en el que hacer luz de gas nace y se desarrolla con una mayor fluidez”.
¿Cómo podemos saber si somos nosotros quienes ejercemos esta forma de manipulación? ¿Qué podemos hacer al respecto? Desde el Coaching te propongo:
Por cierto, para los que habéis llegado hasta este párrafo, aclaro cuál ha sido mi reacción tras sufrir el efecto luz de gas hace unos días. Cuando, ante mi demanda de un mejor trato por su parte, la otra persona me respondió que no hiciera dramas, he de confesar que, por unos breves instantes, le di la razón en mi interior. Sin embargo, y es por esto que os invito a entrenarlo, sentí que mis emociones eran legítimas y que tenía derecho, por tanto, no ya a sentirlas, sino también a expresarlas.
Así que con toda la calma y asertividad que pude reunir, a pesar de no poder contener las lágrimas, le dije que me estaba haciendo gaslighting, o luz de gas y le pedí que respetara mi sentir, así como mi manera de expresarlo. Creo que en ese momento mi interlocutora se dio cuenta de su actitud, si bien no llegó a reconocerla, al menos ante mí.
Desde entonces he concedido un plazo razonable para observar el tipo de relación que mantengo con esa persona. Esto es: estoy atenta por si esa estrategia de luz de gas vuelve a repetirse y, de hacerlo, si es de forma habitual. En cualquier caso, mi responsabilidad para conmigo misma me invita a proteger mi autoestima, a la que, por cierto, últimamente he incorporado una pizca de narcisismo saludable.
¡Feliz Autoestima! ¡Feliz Coaching!
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