Hay un viejo chiste que suelo utilizar cuando alguien no conoce el significado ni los efectos de la rumiación emocional: yendo por una carretera secundaria, una de las ruedas del coche de Juan sufre un pinchazo. “Ha sido un día raro”, piensa él, que suelta un taco al darse cuenta de que su móvil no tiene batería, por lo que no podrá avisar al servicio técnico; “Tendré que cambiar la rueda”, se dice.
Busca y rebusca en el maletero, pero no encuentra el gato mecánico; “lo que faltaba”, dice Juan, pensando en voz alta. Se da cuenta entonces de que a lo lejos se distingue una luz que parece de una casa, así que recoge la rueda, cierra el vehículo y se encamina hacia la vivienda, con la esperanza de que le puedan prestar un gato de coche para cambiar la rueda.
Empieza a caminar por el margen de la carretera de tierra y, al mismo ritmo que sus pasos, sus pensamientos empiezan a sucederse: “espero llegar pronto, parece que ya está cerca… o no, la verdad es que parece cada vez más lejos esa casa; cuando llegue llamaré a la puerta, espero que quien me abra no sea una persona muy mayor a quien tenga que gritarle que quiero un gato para el coche, porque igual no me entiende y entonces…”
“Claro que puede que me abra alguien más joven que quizá sea tan amable como para acercarme a mi coche, incluso puede que quiera ayudarme a cambiar la rueda… pero no voy a tener esa suerte“.
Juan sigue caminando y siente que la luz se aleja cada vez más y más; “no sé, igual resulta que es una persona iracunda, o que le pillo en un mal día, como el mío de hoy… y puede que ni siquiera me abra, o que me niegue la ayuda, o que se ría de mí, o que…”
El torbellino de pensamientos provoca que Juan llegue, casi sin darse cuenta, a la puerta de la casa. Está de muy mal humor, pues cree que lo que se va a encontrar no va a ser agradable, ¡encima que ha caminado tanto!
Llama a la puerta y, en pocos segundos, sale a recibirlo un hombre de mediana edad que le pregunta en tono amable: “¿en qué puedo ayudarle?”. Juan se queda bloqueado; sigue enfadado por lo que venía imaginando y, ni corto ni perezoso, le dice: “¿sabe lo que le digo? que no necesito ni su gato, ni su ayuda, así que puede guardárselos para siempre”.
Dicho esto, se da media vuelta de regreso a su vehículo, ante la mirada atónita del dueño de la casa.
“La rumiación es un término que se utiliza para describir un patrón de pensamiento repetitivo y persistente sobre preocupaciones, problemas o sucesos pasados”, dice la psicóloga Ceci Veiga; “se caracteriza por volver una y otra vez sobre los mismos pensamientos o acontecimientos, sin llegar a una resolución”; “como las vaquitas, cuando comen: de ahí viene el término”.
“Emociones como la tristeza, la ansiedad y el enfado son consecuencia de esta conducta, pues las personas que rumian se quedan atrapadas en una espiral de pensamientos negativos y obsesivos, lo que dificulta su capacidad para concentrarse en otras tareas o de disfrutar del momento presente”, dice la psicóloga.
Veiga distingue entre la rumiación y la reflexión, pues mientras la primera “es un proceso mental repetitivo y estancado que no te conduce a una resolución positiva”, “cuando reflexionas de forma constructiva, analizas los problemas de manera productiva y buscas soluciones”.
“La rumiación intensifica los sentimientos desfavorables, manteniéndote atrapado en una espiral de preocupación”, dice la autora de la newsletter Anxie Tips, centrada en la ansiedad.
¿Dónde está el origen de esta conducta? Ceci Veiga propone varias causas:
Esta experta propone un decálogo de preguntas para identificar si estás o no en la rumiación; “son preguntas disparadoras, que suelo hacerles a mis pacientes para ayudarlos a reflexionar sobre su patrón de rumiación y para que exploren alternativas más saludables”.
“Cada individuo puede experimentar la rumiación de manera única”, dice la experta Ceci Veiga; “identificar las causas subyacentes puede ser un paso importante para abordarla y aprender estrategias de afrontamiento más saludables y beneficiosas para cada uno”.
¡Feliz y Saludable Estrategia! ¡Feliz Coaching!
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