La ciudad manchega de Tomelloso alberga uno de los secretos mejor guardados -y conservados- de la arquitectura española: sus cuevas subterráneas. Unas 2.500 cavidades únicas en el mundo forman un Tomelloso desconocido en el subsuelo, a una profundidad media de 12 metros.
El origen de estas cuevas se remonta al siglo XIX, cuando se comenzaron a construir en torno a 1820. ¿El propósito? Elaborar y almacenar vino, el producto que ha hecho que la ciudad sea reconocida hoy en día, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, como la mayor producción de vino del mundo.
Y es que la cultura vinícola de Tomelloso, antes de ser industrializada, se desarrolló en estas cuevas excavadas a pico y brazo por hombres, llamados picaores, que no tenían más técnica que la del trabajo bien hecho. Éstos eran ayudados por mujeres a las que se les llamaron terreras, ya que estaban encargadas de extraer la tierra del interior a la superficie, en muchos casos usada posteriormente para pavimentar o para construir sus propias casas. Así, con mucho atino y esfuerzo, se levantaron las profundas y extensas cavidades, bóvedas finalizadas en arcos de medio punto.
La capa dura de roca tosca unido a su profundidad permite albergar bajo tierra el vino en quietud, evitando su alteración por cualquier tipo de cambio climático brusco en el exterior.
Pero las cuevas tienen una característica muy llamativa que atrae la atención de aquellos que visitan la ciudad, y son las denominadas “lumbreras”. Se trata de aberturas enrejadas en las aceras del casco urbano de la ciudad. Son la conexión entre los “dos Tomellosos”, el exterior y el subterráneo. Estas hendiduras conectan el techo de las cuevas con el exterior, con el objetivo de dejar pasar luz y, antiguamente, eliminar el gas carbónico que se generaba en la fermentación cuando se producía el mosto en las cuevas.
José María Díaz Navarro, el último tinajero “de toda la vida”, ya jubilado, construyó las tinajas de cemento de prácticamente todas las cuevas de Tomelloso y se las conoce “al dedillo”. Apunta que “las primeras eran de barro y se metían en las cuevas a través de las lumbreras. Por ello, antiguamente se hacía la lumbrera en base al tamaño de las tinajas, que se traían desde Villarrobledo. Para meterlas en las cuevas, se usaban cordeles y muchas manos, teniendo mucho cuidado para no romperlas, y una vez en el interior, se ponían de pie a mano entre unos 10 o 12 hombres basculando. Más adelante se comenzaron a hacer tinajas de cemento, que se construían directamente dentro de la cueva usando un molde”.
Si se desea realizar una visita a las cuevas, se debe reservar a través de la página de la Asociación Amigos de las Cuevas de Tomelloso: https://cuevasdetomelloso.com/
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