“Date prisa, date mucha prisa”, le dice una mujer a su hija. La madre ha aparcado el coche y, casi antes de frenar el vehículo, ha sacado brazo y pierna para, inmediatamente, abrir la puerta de atrás del mismo, conminando a quien parece su hija a apresurarse.
La niña, en ese momento, tiene todo menos prisa y más parece que se esté desperezando en su cama. Se estira y mira a su madre. Ésta tiene el gesto tenso. Habla y habla recordándole que va a llegar tarde al cole y que a ella no le dará tiempo para ir a su trabajo.
La madre está parada ante la puerta trasera del vehículo. Ya tiene la mochila de la niña colgada de un hombro y con ambas manos le muestra la chaqueta como si estuviera citando al toro.
La pequeña la mira y gira la cabeza hacia adelante, como si no le interesara lo que su madre le cuenta. En un minuto se desencadena una secuencia en cierto modo previsible. La madre suelta una mano de la chaqueta de la niña, se inclina hacia el coche y, mientras eleva la voz con irritación, suelta el cinturón de seguridad de la pequeña y literalmente la extrae del tirón.
La niña se echa a llorar, mientras la madre, con una expresión mezcla de irritación y arrepentimiento, le espeta con razones y más razones.
Le pone la prenda a su hija y, sin soltarle la mano, cierra el vehículo y tira del brazo de la pequeña, en cuyo rostro se lee claramente que no comprende qué es lo que ha pasado.
Te propongo que, sin juzgar la escena, te preguntes si has vivido algo similar. Se trata de momentos en los que los adultos perdemos la paciencia y los niños y adolescentes parece que fueran nuestros entrenadores en el ejercicio de evitar la intranquilidad que nos genera aquello que nos molesta o lo que no sucede.
“Al perder la paciencia te sientes amenazado, pues te das cuenta de que no tienes el control”, dice Lee Lima, experta en Crianza Positiva; “sin embargo, nuestra responsabilidad como adultos consiste precisamente en equilibrar los desafíos”.
Durante una clase magistral online, Herramientas para mejorar la paciencia, Lima considera que, para que funcione, hemos de ofrecer a nuestros hijos confianza, seguridad y apego seguro; “niños y adolescentes tienen autonomía, por lo que hemos de confiar en que son capaces”.
“Cuidarse a uno mismo es la clave para contrarrestar la falta de paciencia”, dice Lee Lima; “ese autocuidado ha de ser físico, mental y espiritual”.
“Si tu irritabilidad es habitual, tanto si es constante como si se produce en determinadas etapas o momentos es porque algo falta en ti”, dice Lima; “cuando se produce, la barra de tu energía empieza a vaciarse, aunque tu responsabilidad como adulto es mantenerla a un buen nivel”.
Aunque ¿qué pasa si no se tiene tiempo para atender las propias necesidades?; “date cuenta de que entonces, cuando tu hijo crezca y tenga un problema, ¿qué preferirás, que acuda a ti o que huya de ti?”, dice esta experta; “Es fundamental que no exista ningún temor por su parte, ya que así habrá confianza, uno de los pilares para que la conexión entre tú y tus hijos funcione”.
Para Lima, que ha organizado recientemente el congreso virtual Criar con paciencia y conexión, “si se hace bien, cuando tus hijos lleguen a la etapa adolescente habrás logrado un puesto en su consejo de sabios (integrado por amistades y personas de su confianza) que, aunque no garantiza que te escuche siempre, al menos tendrá en cuenta tu opinión”.
¿Cómo puedes entrenar la paciencia con niños y adolescentes? Lee Lima propone los siguientes tips los cuales, también, te entrenarán en la paciencia con todo tipo de seres vivos (sí, también con tu mascota):
Esta experta recomienda que, en el caso de tener varios hijos menores de 5 años, “hay algo que es innegociable, como el hecho de tu necesidad de hablar con otras personas adultas, así que socializa provocando el diálogo con otras personas”.
La consecuencia inmediata es que generarás confianza, siendo un puerto seguro para tus personas favoritas.
Si has llegado hasta aquí, te dejo con una de las reflexiones sobre la paciencia del genial escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900): “Si no tardas mucho, te espero toda la vida”.
¡Ah! y gracias por tu paciencia…
¡Felices y Pacientes Momentos! ¡Feliz Coaching!
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