Entré por su cuneta
y adiviné la distancia.
«Igual que vine,
habría de marcharme».
Los elegantes trajes.
Dentro,
separándome el cristal.
Una luz medio a ciegas.
Me dejé llevar
y pude separarme
de la espada,
antes de que pudiera cortar.
Fuego a un palmo de mis manos.
Oculto entre los sueños
sin estar dormido,
culpable por no saber
y vencido por esperar,
siempre,
o casi siempre,
tan bebido.
Duermo bajo la misma puerta
cada noche.
Cada noche entreabierta,
cada noche
un poco más muerta.
La línea acaricia,
siempre al principio,
pero no al final.
Almohada piel,
pluma de ave.
Susurros en el aire
y ramas secas
derramándome la miel
que mi cuerpo solo sabe.