Los mayores frente a los cambios de su autonomía personal

Hablamos de autonomía personal para referirnos a la capacidad de establecer unas normas propias y regirse en base a ellas para pensar, actuar y tomar decisiones. Una persona autónoma es independiente y determinada, puede resistir tanto las presiones externas como las internas y regula su conducta y autoestima con criterios propios.

 

La autonomía se sustenta en la conciencia individual: valores, principios, creencias, etc., que se han interiorizado a lo largo de la vida en un proceso de desarrollo progresivo y autónomo. Está estrechamente relacionada con la libertad, pero ambas pueden diferenciarse. Su relevancia para el bienestar de los mayores justifica que el Presidente Macron haya establecido en Francia una Ayuda Personalizada de Autonomía (APA) y nombrado a una persona con discapacidad para dirigir el Ministerio de Solidaridad, Autonomía y Discapacidad.

La integración social de los mayores, ofreciendo oportunidades para participar y sentirse útiles, influye en la capacidad de envejecer con autonomía. Por nuestra parte, debemos de cuestionar el prejuicio negativo que asocia ser mayor con dependencia (edadismo) y mientras podamos, vivir una vejez activa y productiva. Para ser autónomos no tenemos que dejarnos intimidar por los sentimientos de vergüenza y humillación cuando no cumplimos con las expectativas de autosuficiencia y productividad económica que fomentan nuestra sociedad. Y relacionarnos con entornos y personas que nos estimulan a crecer, a explorar nuevos territorios y que se alegran con nuestros éxitos.

Las creencias internas pueden limitarnos tanto o más que los estereotipos sociales (edadismo autoinflingido). Las autopercepciones negativas de la edad avanzada disminuyen la eficacia personal, lo que tiene efectos nocivos, por ejemplo, en el estado de ánimo. Los prejuicios pueden disuadirnos de participar en actividades creativas (“a donde voy yo con mis … años”) y contribuir a aislarnos y a acelerar nuestro ingreso en la ancianidad.

 

Limitaciones reales

Es inevitable tener dudas o sentir cierta vergüenza ante un incremento de las limitaciones o una alteración visible de nuestro cuerpo. La adaptación al declive personal requiere un trabajo psíquico de aceptación y renuncias.

Nuestra autonomía está muy ligada al control del cuerpo y el juicio subjetivo sobre la salud física o psíquica puede socavarla. Porque no son solo las limitaciones reales las que nos afectan, es también el significado personal que las atribuimos. Para algunas personas llevar audífonos o bastón puede ser una pérdida funcional vergonzosa.

Incluso en un envejecimiento sano las capacidades físicas y mentales merman, (cansarse más pronto, no tener suficiente energía para hacer todo lo que antes se hacía), lo que inevitablemente reduce la autonomía personal. A veces necesitamos hacer planes por adelantado, que no siempre funcionan (orinar preventivamente). Aunque no nos impidan llevar una vida satisfactoria, si complican nuestros movimientos y exigen cambios en la manera de manejarnos.

El impacto final de las limitaciones en la autonomía de los mayores depende de su experiencia de vida y su determinación. La mayoría no permite que su deterioro fisiológico restrinja su circulo vital más allá de lo estrictamente necesario. Apoyándose en la voluntad que han desarrollado en el curso de la vida responden asertivamente buscando modos alternativos de hacer las cosas posibles ó eligiendo otras actividades más asequibles. Mantienen así, tenazmente, su sentimiento de autonomía.

Otros, ante la incertidumbre respecto a sus capacidades (enlentecimiento o peor coordinación), el temor a fracasar o a la impresión que causan en otros, abandonan innecesariamente sus ocupaciones (conducir) o reducen las interacciones sociales. Ello los/las lleva a recluirse y a perder la confianza, la motivación y el placer de hacer las cosas por si mismos. Hay que tener muy en cuenta el dicho inglés: “Use it or loose it”, “Lo utilizas o lo pierdes” y no dejar de practicar y poner en juego las capacidades de las que uno dispone.

Algunas personas niegan activamente sus limitaciones, como si reforzando una heroica resistencia a admitirlas pudiera hacer realidad su deseo de mantenerse autosuficiente. Viven su declinar como una derrota y no ponen los medios a su alcance para compensar las pérdidas, lo que reduce aún más su autonomía.

Miedo a la dependencia

Al avanzar la edad puede surgir la necesidad de una intervención ajena. La ayuda puede potenciar la autonomía, por ejemplo, haciendo factible la permanencia en el mismo domicilio. Pero para ello hay que superar el miedo a la dependencia y reconocer las limitaciones sin sentirse excesivamente menoscabado. Y aprender a pedir ayuda y aceptarla. El mayor limitado recibe así un complemento necesario para seguir manteniendo cierto grado de autonomía. Por el contrario, rechazar la ayuda puede complicar gravemente su funcionamiento autónomo.

Antes de ingresar en una residencia los muy mayores necesitan tiempo para madurar esa decisión. También los especialistas parecen estar de acuerdo que es mejor retrasarlo tanto como se pueda. Para potenciar la capacidad de autonomía que conserven es importante que el personal fomente la práctica de las funciones existentes y la toma de decisiones propias.

Perder la autonomía y confiar el cuerpo propio a manos ajenas, aún para las necesidades más íntimas, es una gran prueba. Pero en todas las relaciones humanas existe una posibilidad de reciprocidad real y agradecer la ayuda que se recibe es una forma de ayudar a los que cuidan.

 

 

Bartolomé Freire Arteta.

Psiquiatra jubilado y autor del libro La Jubilación, una nueva oportunidad (LIDeditorial).