El psiquiatra Bartolomé Freire, autor de La jubilación, una nueva oportunidad, en una jornada virtual organizada por CAUMAS, intentó responder a la pregunta: ¿Envejecemos al jubilarnos? Os dejamos aquí sus reflexiones.
Algunos dicen que jubilarse es empezar a morir. Piensan que privados de su función productiva, el jubilado o jubilada carecerá de estímulos para mantenerse activo y socialmente conectado.
La jubilación es un rito de paso en el que se traspasa el umbral de la vejez y se adquiere un nuevo estatus social. Perdemos una actividad que reforzaba nuestra confianza y autoestima, una estructura de vida y una red social. Pero jubilarse es más que vivir sin trabajar. La población jubilada actual es más activa y está más preparada que sus predecesoras y por ello pretende obtener más beneficios de su jubilación.
Las personas jubiladas han recorrido gran parte del camino, pero todavía pueden avanzar más o hacer algo diferente. Viven un tiempo para resituarse ante la vida y libres de los condicionantes del trabajo, explorar aspectos menos conocidos o postergados de si mismas. Las que renuevan sus objetivos e intereses encuentran nuevos sentidos y siguen realizándose y disfrutando. Y las que no activan sus capacidades desaprovecharán la oportunidad de completarse como personas.
Diferentes autores coinciden en afirmar que “los jubilados se apagan rápidamente”. Lo atribuyen a la pérdida del sentido de responsabilidad y de autonomía personal, a que se encierran en sí mismos o a que ingresan en un mundo de pasivos para los que la vida carece de sentido. Hay quienes asocian la jubilación con el deterioro cognitivo y la depresión y quien habla de “muerte social”. Hubo incluso algunos artículos, que no fueron replicados posteriormente, que relacionaban la jubilación con la muerte prematura. En consonancia con estas opiniones un neurocientífico afirmaba recientemente: “Para la mayoría de nosotros el mejor consejo es: ¡No te jubiles!».
Una imagen negativa también está presente en la visión popular de la jubilación. Se trataría de una época sombría, sin rumbo, consumiendo aburridos las horas frente al televisor o en un banco del parque.
Estas valoraciones negativas reflejan la importancia que atribuye nuestra cultura al trabajo productivo y al rendimiento económico. De hecho, como adultos se nos evalúa en función del éxito laboral. Así, una vida al margen del trabajo carecería de estímulos y sentido, lo que inevitablemente llevaría al deterioro personal.
Creo que estas opiniones parten de una visión parcial de la jubilación. Porque, si bien jubilarse implica una ruptura biográfica y una pérdida de partes significativas de uno mismo, también es una oportunidad para introducir cambios substanciales en el curso de la vida.
Voy a hablarles del impacto psicológico de la jubilación, de los retos y las oportunidades que conlleva y de las distintas maneras de afrontarlos. Para ello me basaré en mi estudio de las entrevistas a 150 personas jubiladas publicado en el libro “La Jubilación, una nueva oportunidad”, LIDeditorial).
Concluiré tratando de demostrar que jubilarse hace tan posibles el disfrute y el crecimiento personal como la rutina y la regresión hacia una postura de menor responsabilidad ante la vida.
El final de la etapa laboral tiene un impacto diferente según la importancia y el sentido que se hayan atribuido al trabajo. Para unos responde a una vocación, para otros es una forma de ganarse la vida y un castigo bíblico para algunos. Según un sondeo de Gallup la mayor parte de la población de Europa y de los Estados Unidos manifestó no estar implicada en su trabajo. No encontraban significado en sus cometidos, tanto a nivel social como personal.
Uno de los hallazgos de mi estudio es la existencia de una correlación entre el tipo de trabajo o el grado de satisfacción laboral y la motivación para pasar a la jubilación. Los trabajos poco estimulantes o el descontento laboral son buenos pasaportes para la prejubilación. Por el contrario, los identificados y satisfechos con su labor tienden a jubilarse a la edad obligatoria, retrasan su jubilación o prolongan su actividad, si pueden.
Jubilarse no es vivir sin trabajar. Y una jubilación satisfactoria no ocurre de manera espontánea. Las personas jubiladas necesitan renovar sus objetivos vitales para seguir realizándose y disfrutando. Y luego confeccionar unos planes para hacerlos realidad y comprometerse con su desarrollo.
Todo jubilado o jubilada se enfrenta a unos retos característicos. Uno de ellos es recomponer su identidad, la imagen con la que nos identificamos. Preguntas como: ¿quién soy?, ¿Qué es importante para mi?, ¿Hay algo que quiero cambiar o añadir a mi vida?, son ineludibles, se hagan explícitas o no. De partida mantendrá todo lo que ha sido relevante para él o para ella, al margen de su trabajo. Y según vaya agregando nuevos roles y relaciones irá confirmando que es más que lo que hacía y que puede vivir de otra manera.
Otro desafío de primer orden es marcarse nuevas metas que, para ser motivadoras, han de responder a necesidades e intereses importantes (de realización personal, sociales o espirituales). Pueden ser oportunidades, inéditas para muchos, de diversificar y desarrollar intereses o aficiones y de experimentar nuevos estilos de vida. La persona jubilada que se propone tener unos objetivos apropiados a su edad necesita hacer una valoración sincera de su estado.
Hay otros desafíos como: dar a los días una estructura, actualizar las relaciones de pareja y familiares, asumir la realidad de la edad y de acercarse a l final de la vida, etc. La manera individual de superar estos desafíos dependerá de la historia y el carácter individuales y de su interacción con las condiciones reales de su entorno.
La posibilidad de cambiar y crecer en la jubilación está potenciada por varios hechos:
La culminación del proceso de adaptación a la jubilación pasa por llenar el vacío dejado por la dedicación laboral con nuevos compromisos y actividades que recompongan la identidad y den sentido y satisfacción al nuevo periodo de vida. Este proceso supone una renovación, consciente e inconsciente, de las visiones que las personas jubiladas tienen de si mismas y del mundo.
El objetivo de mi estudio fue conocer las estrategias que despliegan las personas jubiladas para adaptarse y dar sentido a su jubilación. Mi meta fue estudiar sus propósitos dominantes, dentro de la jerarquía de las diferentes motivaciones y como los hacían realidad.
La muestra incluyó a 93 hombres y 57 mujeres. La edad media, en el momento de la entrevista era de 66 años y ½ y con 6 años de jubilación como media.
Identifiqué 5 perfiles diferentes. Cada uno de ellos representa una manera característica de responder a los retos y oportunidades que plantea la jubilación. Todos ellos se sustentan en valores que priorizan la satisfacción de ciertas necesidades y deseos. Orientan la atención y los esfuerzos adaptativos en una dirección preferente evitando la complejidad de una situación con múltiples alternativas. Por eso las llamé orientaciones y son los siguientes:
Las personas jubiladas somos más libres y por lo tanto más dueñas de nuestros actos. El centro de gravedad de nuestras vidas se desplaza hacia dentro de uno mismo, un contexto idóneo para escuchar la propia voz. Quizás nunca antes, como adultos, nos encontramos en una posición tan libre y con tanta responsabilidad ante nosotros mismos. Porque, ante los desafíos que la jubilación nos plantea, tenemos que decidir si echamos mano de nuestros recursos y aprovechamos el tiempo que nos queda para hacer algo más o algo diferente o si nos acomodamos o rendimos.
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