Aunque es cierto que la manera en que cada uno afrontamos la enfermedad influye en que podamos desarrollar otro tipo de dolencias, en el caso de la depresión se dan otra serie de circunstancias que la desencadenan cuando sufrimos un dolor crónico.
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor definió el dolor como “una experiencia sensitiva y emocional desagradable asociada a una lesión tisular real o potencial”. Si nos fijamos en esta definición, nos damos cuenta de que ya explica que el dolor es una experiencia emocional. A esto tenemos que añadir que el dolor afecta a numerosos circuitos cerebrales y puede producir un estado de ánimo ansioso o depresivo y esto contribuye a percibir ese dolor con mayor intensidad y aumentar su duración en el tiempo.
La depresión y el dolor de espalda comparten áreas cerebrales comunes y afectan, por ejemplo, al sistema límbico, que regula las emociones, y la corteza prefrontal donde se lleva a cabo el procesamiento emocional. El hipocampo, responsable a su vez del aprendizaje y la memoria también tiene una función importante en la manera en que sentimos el dolor y la depresión.
Además, neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina se asocian a la depresión y la forma en que percibimos el dolor.
Por otro lado, los dolores de espalda a medida que cumplimos años y se hacen crónicos o se agravan con otro tipo de dolencias afectan a nuestro modo de vida. La pérdida de capacidad para realizar actividades cotidianas y deportivas que habíamos llevado a cabo hasta ese momento. O los cambios en nuestra imagen física como andar mal, no poder mantener la espalda rígid. También en las mujeres dejar de usar zapatos con tacón o complementos que pesan, puede afectar a nuestra emociones y alejarnos de nuestra vida social.
Percibir una imagen personal diferente de nosotros mismos que no nos gusta puede hacer que nos aislemos con el consiguiente riesgo de caer en una depresión que en caso de suceder hará que todavía nos aislemos más, aumente nuestro dolor y cada vez nos sintamos peor con nosotros mismos.
Como hemos visto, dolor crónico de espalda y depresión están interrelacionados. El dolor puede ocasionarnos una depresión y la depresión aumentar el dolor que sentimos. Por eso es necesario ponernos en manos de un especialista que nos ayude a mejorar el dolor y la calidad de vida, así como que puedan ayudarnos a afrontarlo emocionalmente.
Ignasi Catalá.
Neurocirujano y subdirector del Instituto Clavel.
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