Lo tienes pendiente. Sientes que has de decir algo a alguien, aunque no sabes muy bien ni cómo, ni cuándo, ni dónde hablarlo. Puede que ni siquiera te corresponda a ti comentárselo al otro; sin embargo, desconoces esto último, pues te guías por tus valores, tus juicios y tus creencias. Como te desagrada tener esa charla con dicha persona, aunque te caiga bien, pospones una y otra vez ese encuentro. Hablamos de las conversaciones difíciles.
Hace unos años las relaciones con un familiar se pusieron tensas. Se notaba en el ambiente cada vez que coincidíamos ambas en un lugar común. El malestar era creciente, si bien ninguno se atrevía a decir nada; era como si ese escenario no existiera. Un buen día, por un tema aparentemente sin importancia, mi familiar estalló, marchándose del lugar en el que estábamos con una tercera persona y con ademanes que no dejaban dudas acerca de su orgullo herido.
Tras despedirme de la persona que me acompañaba, fui hasta su casa a pedirle disculpas si en algo le había herido. Fue entonces cuando tuvo lugar la conversación difícil, aquella que habíamos evitado durante largo tiempo. Es cierto que más que conversación fue un monólogo protagonizado por la otra persona. Al menos tal fue la percepción que tuve en ese momento.
Me recibió con una comunicación no verbal a todas luces aversiva: brazos cruzados, ceño fruncido, rictus tenso en la boca, pero al mismo tiempo, hombros vencidos hacia delante y, apoyada en el quicio de la puerta, tapando la entrada a su casa, cruzaba ligeramente su pierna derecha sobre la izquierda. Confieso que en ese momento algo me dijo que entrar en aquella casa no era muy buena idea para mí, pero sin hacerme caso, entré.
Fue entonces cuando empezó una tortura emocional y verbal que todavía recuerdo y que no fui capaz de detener, porque no daba crédito. Celos, miedos, tristezas, orgullo herido, recuerdos con una mirada aviesa y sobre todo resentimientos y rencor, mucho rencor hacia todo lo que yo representaba para ella. Esta persona estaba proyectando su ira, su miedo y su tristeza hacia mí, haciéndome responsable de todo y por todo. Tardé en reaccionar, pero lo hice, intentando ser lo más asertiva posible. Su respuesta fue el desprecio y hasta la burla. Sin embargo, logré que mi ego permaneciera quieto y le expresé mi enfado hacia su falta de respeto. Le pedí que no me juzgara. Me respondió que tenía todo el derecho. En ese momento ya era imposible continuar. Le dije que en tales condiciones prefería no seguir. Pero había transcurrido más de una hora durante la que se “vació”.
Monté en mi coche y pasados doscientos metros tuve que detenerme para llorar. Lloré de rabia e impotencia; ¿Qué es lo que había pasado? ¿Para qué habíamos tenido esa charla? ¿Qué beneficio había tenido para ella? ¿Y para mí? ¿Qué había aprendido? Hoy, varios años después, sé que no quiero ni debo tener esa conversación con ese familiar, dada su toxicidad en la relación. He roto con esa persona, no sin antes agradecerle, a través de mi Diario Coaching, el aprendizaje que me procuró y que ahora os cuento.
Prepara tu conversación difícil
“El Coaching nos ayuda a poner foco en el objetivo de la conversación, conocer las barreras de lo que puede ocurrir”, dice José Manuel Sánchez, socio del Centro de Estudios del Coaching (CEC); “El protagonista de la conversación es el otro, por lo que, si quiero que alguien modifique una actitud porque no me gusta, he de viajar a su universo y lograr que cambie”.
Ya sé: ¿Que el protagonista es el otro, cuando quien propone la conversación, que es algo que me cuesta mucho, soy yo? Tu duda es legítima; sin embargo y tal como expresaría el icónico Doctor House en su serie televisiva homónima, “nadie cambia”, es decir, podemos modificar actitudes y conductas; de ahí que si deseamos llegar a un entendimiento con la otra persona debamos posicionarnos en un área en tablas, por así decirlo.
“¿Cómo acercarnos sin atacar? ¿Cómo limpiar mi criterio de juicio? ¿Cómo sería colocarme en un lugar empático, donde yo tenga también mi parte de responsabilidad?” Son algunas de las preguntas que nos propone Sánchez, del CEC; quien añade: “¿Cuál es la conversación real? ¿Con quién? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cuál es la emoción que tengo, que estoy sintiendo?; Si finalmente quiero la conversación, he de tener cuidado con la emoción, que puede teñir la acción”. Por otra parte, “hay acciones que no están disponibles si siento una determinada emoción; por ejemplo, si siento enfado, ese tema habrá de salir en la conversación, pues si no, no se podrá realizar”.
Desde el Coaching te propongo un entrenamiento para abordar sin dudas tu próxima conversación difícil:
Te propongo que anotes todo aquello que recuerdes para, posteriormente, extraer aprendizaje para tu siguiente conversación difícil, que puede o no puede ser con esa persona. Esa es tu elección.
¡Felices Conversación Difícil! ¡Feliz Coaching!
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