La clave de la felicidad está en los recuerdos. La felicidad no reside en los bienes materiales que poseemos, la clave está en los recuerdos almacenados.
Thomas Gilovich, profesor de psicología, afirma que “somos la suma total de nuestras experiencias”, y que “nuestras mayores inversiones deberían dedicarse a crear recuerdos en base a experiencias y vivencias personales”, como los que se generan viajando.
El investigador ha comparado la gratificación de viajar con la de comprar cosas: “Las cosas nuevas son emocionantes al principio, pero luego nos adaptamos a ellas”. “Nuestras mayores inversiones deben ir hacia experiencias que crean recuerdos para toda la vida”.
El fin de un viaje es la búsqueda del bienestar; es algo pleno. El fin de una compra de un bien material es rellenar de forma inmediata un vacío; es algo efímero.
Las personas mayores cuya vida se limita a quedarse en casa o seguir unas rutinas, necesitan algo más. Cuando la vida se limita a quedarse en casa, saben lo que se van a encontrar, es decir, conocen donde están los cuadros de las paredes, el mando de la televisión o las fotos de la familia.
También cuando la vida tiene una rutina, salir a dar un paseo al parque, al cine del barrio, leer el periódico o quedar con los amigos, se puede anticipar, con bastante fiabilidad lo que va a suceder en ese día.
Durante el paseo por el parque se recrea, en su mente, los caminos que puedes recorrer, los bancos donde se puedes sentar, los árboles y sus formas, las flores y sus colores.
Cuando quedan con los amigos, ya los conocen, ya saben cómo son, incluso saben sus reacciones, réplicas o argumentaciones.
Por supuesto, todo esto es muy importante, pero no suficiente. Porque el cerebro trabaja poco, tiene poco que aprender y memorizar. Y así pasan los días, muchos días.
A todo esto, aun siendo positivo, le falta el “empuje emocional”, que comienza al enfrentarse con lo que no se conoce.
Precisamente, viajar significa esto. Viajar quiere decir en esencia aprender y memorizar, quiere decir, adquirir percepciones y memorias nuevas, estímulos nuevos, desafíos nuevos, costumbres nuevas.
Viajar ayuda a mantener el cerebro activo. Pero lo más importante, es la emoción que se asocia a esta actividad. Aparece la curiosidad y nuevas situaciones a las que se tienen que enfrentar.
Además, reciben de un modo placentero, un montón de información y por tanto de conocimiento que se queda almacenada en su cerebro.
En definitiva, se trata de dejar de vez en cuando de lado lo conocido y hacer algo nuevo.
Aún cuando se superan los 80 años o se está solo, se puede viajar. Ya que profesionales, como Viajesdelaedadtardía, diseñan viajes e itinerarios para conseguir que puedan vivir esa experiencia.
Juan Cabrillana.
Creador de Viajes de la edadtardia.
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