Hace unos días he acudido con unos colegas de profesión a un viaje por motivos de trabajo. La agenda incluía más de media docena de visitas a empresas y lugares de interés; en todos ellos lo habitual es hacer preguntas para conocer en detalle la historia que luego plasmamos en nuestros respectivos reportajes.
Fue en el segundo destino, antes de subir al vehículo que nos trasladaría al siguiente, cuando una persona del grupo, perteneciente a una emisora de radio, se me acercó para pedirme que, por favor, me callara y no hiciera preguntas, dado que así el corte de audio le daría limpio, con el consiguiente ahorro en el tiempo de edición para ella.
Añadió además que, si bien es cierto que podía hacer entrevistas en petit comité, prefería hacerlo así por ser más “espontáneo”.
En ese momento, antes incluso de abrir la boca para responder, sentí incomodidad; es más, la juzgué a ella y su conducta, de (cito literalmente) “antipática, maleducada y perezosa”. Asentí, aunque no le pregunté si se trataba únicamente de esa ocasión o íbamos a estar así toda la jornada.
“La conexión en las relaciones con otras personas sólo se da si hay seguridad”, dice Beatriz Tierno, terapeuta experta en PNL (Programación Neurolingüística), IE (Inteligencia Emocional) y técnicas de Integración Cerebral; “Es preciso distinguir entre la calma conectada y la aparente por congelación”.
Se refiere Tierno a la teoría Polivagal, enunciada por Stephen Porges en 1992 como “la ciencia de sentirse lo suficientemente seguros como para correr el riesgo de vivir”. A modo de síntesis, establece un nexo entre la conducta social y las emociones por un lado y determinados condicionantes fisiológicos por el otro. Estos últimos tienen que ver con la regulación del sistema nervioso autónomo, a través del nervio vago.
De esta manera, las respuestas que demos los humanos en nuestras relaciones con los demás serán de conexión si hay confianza, de lucha o huida si no nos sentimos seguros y de congelación emocional si decidimos no volver a confiar.
Para esta experta, es importante reconocer nuestro estado emocional en cada momento, regulándonos y ascendiendo, como si de una escalera se tratase, desde los niveles de congelación, huida y lucha hasta el de conexión.
En una relación sana no deben faltar valores como los de la educación, el respeto, la cercanía, la apertura, la afectividad, la empatía, la honestidad, la atención, la sinceridad, el apoyo, la autenticidad, la disponibilidad y la compartición, entre otros.
¿Cómo podemos alcanzar este propósito? ¿Qué podemos hacer para conseguir unas relaciones equilibradas?
Beatriz Tierno propone tomar consciencia de nuestro estado, de modo que podamos averiguar qué es lo que nos echa del nivel de conexión con la otra persona y qué es lo que nos lleva a las posiciones de lucha, huida o congelación.
“Se trata de reflexionar a propósito de lo que nos saca de nuestras casillas”, dice Tierno, que nos invita a entrenar el mindfulness o atención plena para estar presente en la comunicación con otras personas.
El entrenamiento en relaciones seguras implica el autoconocimiento, aunque también “la escucha activa, de verdad, que supone el deseo genuino de conocer lo que le está pasando al otro en ese momento”.
Algunos tips relativos a este tipo de escucha son la empatía, evitar los juicios y prejuicios, validar las emociones de la otra persona, eludir los consejos no pedidos y aplicar técnicas que demuestren nuestra atención hacia el otro, como el rapport (hacer de espejo de la otra persona) que “sale solo cuando tu escucha es activa”, dice Beatriz Tierno. También parafrasear, “intentando quedarse con los conceptos más importantes de lo que nos esté diciendo la otra persona”.
Para quienes habéis tenido la paciencia de llegar hasta aquí, os cuento algo más de mi aprendizaje en el mundo de las relaciones durante aquel día.
Confieso que durante el resto de la jornada evité lo más posible a esa persona quien, por cierto, no dejó de quejarse con todo el grupo.
Su actitud con los demás, pero especialmente hacia mí, no evitó que disfrutara de un día de trabajo estupendo, en el que aprendí mucho y bien de todo aquello que nos contaron unas personas extraordinarias.
No obstante, volví a casa con tareas pendientes en la “asignatura” de gestión emocional. Fue así como me di cuenta de lo siguiente:
Con todo este aprendizaje, confío al 100% en que, la próxima vez, lo haré mucho mejor.
¡Felices Autocuidado y Autocomprensión! ¡Feliz Coaching!
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