Desde hace tiempo tengo una forma de entrenar mi desapego, que ahora comparto contigo. Consiste en imaginar que he de abandonar el sitio en el que vivo, aunque únicamente puedo llevarme lo que quepa en una mochila de 10 litros. Nada más.
Algo de ropa, tarjetas y dinero, mis documentos identificativos, un cepillo para el pelo, mi cepillo de dientes, mi móvil y alguno de mis libros favoritos (dos o quizá tres, no caben más) Sin lugar para fotografías (las imágenes de la gente a la que quiero están bien claras en mi memoria sensitiva), recuerdos o, pongo por caso, un cuadro.
“El desapego consiste en no depender de forma identitaria de nada ni de nadie”, dice Carolina Iribarnegaray, terapeuta Integral; “y es algo que podemos entrenar durante toda la vida, para lo cual basta con preguntarnos cuál es nuestra posición frente a las cosas y a las personas”.
“¿Qué es lo primero que se te viene a la mente al oír el término apego?”, pregunta Iribarnegaray a su aforo virtual, durante el desarrollo del taller “El apego desde un enfoque integral”.
Madre, codependencia, aferrarse a alguien, una base de confianza para crecer o algo propio del desarrollo durante la infancia y la adolescencia son algunas de las respuestas que, según esta experta, forman parte de un escenario cierto.
“El apego necesario es el de la primera infancia pues, desde que nacemos, requerimos un vínculo con nuestro cuidador o persona de referencia”, dice Iribarnegaray; “lo cual no significa que el resto de quienes están a nuestro alrededor carezcan de importancia”.
Considera esta terapeuta que cuando existe un apego seguro en la infancia es garantía de que los vínculos que se creen más tarde, cuando seamos adultos, serán más saludables; “si no se originó un apego seguro, como adultos nuestros vínculos serán inseguros”, dice Carolina Iribarnegaray, refiriéndose a los tipos de apego inseguro (ansioso, desorganizado y evitativo); “lo que conllevará mayores dificultades en las relaciones con los demás”:
En cambio, cuanto más sano haya sido nuestro apego durante la infancia, mayor será nuestro desapego en la adultez, es decir, se da una relación directamente proporcional entre el apego seguro y el desapego sano.
“Hablamos de apego infantil y de vínculo adulto”, dice Iribarnegaray; “este último se traducirá en codependencia en el caso de que el apego no haya sido saludable”.
No obstante, tan necesario es el apego seguro en la infancia como establecer vínculos en la etapa adulta; “el vínculo es importante, pues somos seres sociales que deseamos compartir”, dice la terapeuta; “sin embargo, siempre que se genere un apego insano en la infancia, será imprescindible el desapego, que no implica desvincularse de los demás, sino evitar la dependencia”.
Un entrenamiento continuo, para toda la vida, es el proceso que sigue el desapego y que se inicia en la etapa de los dos o tres años de vida (incluso antes), al empezar la escolarización. En esos momentos, la denominada “angustia de separación” de la madre o del adulto de referencia es el punto de partida del desapego y todo ello es necesario para desarrollar unos vínculos saludables de mayores.
¿Cómo saber si estamos aferrados a algo o a alguien? “Cuando hablamos de un apego físico nos referimos al hecho de que, en el caso de perderlo, nos desgarraría como si tuviéramos que prescindir de una parte de nosotros mismos”, dice Iribarnegaray.
“Hablamos de un tipo de dependencia similar a la que requiere un paciente de UCI con su respirador”, dice esta experta; “Tener apegos en la etapa adulta es como llevar un gran saco de piedras arrastrando o cargándolo”.
El desapego puede suponer un duelo y, de modo inverso, al transitar un duelo por la pérdida de algo o de alguien también se dará un proceso de desapego. Es más: “en los vínculos entre adultos, cuando hay amor, aprecio, afecto o cariño, se da un tipo de apego que se expresa como el deseo de que el otro esté bien, que requiere de un desapego, puesto que en ningún caso podemos perder nuestra identidad”.
“Es decir, si desaparecen tus gustos, tu voz, tu forma de ser o de hacer ello significa dependencia del otro, ya que se está generando un apego para el que no hay lugar en la adultez”, dice Carolina Iribarnegaray; “lo contrario es la interdependencia, la capacidad de poder elegir en todas las áreas de tu vida”.
Claro que ese vínculo necesario que establecemos con la otra persona ha de ser sano; “cuanto más tóxico sea el vínculo, mayor será la dependencia, pues aquellas cosas que nos distorsionan son las más difíciles de soltar”.
“Hay una cosa clara, como es que desapegarse no es desvincularse ya que, al fin y al cabo, lo primero consiste en no depender de nada ni de nadie”; “incluso puedo llevar el argumento aún más lejos, es decir, lo que sería desapegarse de ideas o de patrones de pensamiento”.
Este estilo de vida desapegado lleva premio: “cuanto más intenso sea tu desapego, mayor amor desarrollarás por las personas y las cosas”; “en este sentido, agradecer y disfrutar de lo que tengas a tu alrededor forma parte del desapego”.
Se trata de realizar un trabajo profundo para poder sentir que no hay nada en tu vida que, en el caso de faltarte, te llevaría a un riesgo de dependencia. Esta toma de consciencia es el primer paso para iniciar el proceso de desapego.
Dicho entrenamiento vital, según Carolina Iribarnegaray, “tiene que ver con mirar a tu alrededor y preguntarte con qué tienes una dependencia de respirador, ¿de quién dependes? ¿es de tu madre, de tus hijos o de tu pareja?”.
¡Felices Desapegos! ¡Feliz Coaching!
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