Cuando recuerdo mi niñez me viene a la memoria el olor de la flor del almendro y el ocre seco de la tierra, con su jardín de olivos justo enfrente de mis ojos, casi en blanco y negro, y siempre repleto de amigos.
Cuando recuerdo mi niñez siento el agua en las botas y la piel de unos pies arrugados, y gastados por el juego en los cien charcos que se dejaban hasta que la luz de la tarde se iba consumiendo, reflejando casi a la vez la misma luna en mismo charco.
Cuando recuerdo mi niñez me olvido del presente acariciando la lejanía, se vuelve compañía el susurro lejano de su gente.
Cuando recuerdo mi niñez cierro los ojos y me abandono al poder infinito de sus lagos, y me perdono al no poder abrazarte con mis brazos.
Cierro los ojos cuando recuerdo mi niñez. Y tú como yo sigues por latir, y escucho las palabras ahora mudas de tus fotografías, y escucho hasta el silencio
que dejaron aquellas aves al pasar, justo encima de nosotros perdidas en el tiempo, y tan reales.
Cierro los ojos cuando recuerdo mi niñez. Los vuelvo a abrir y desaparecen el miedo y la locura. Y regresa el juego y la ternura de una mirada que añoro por estar cerca de mí y no poder besarla ni abrazarla.
Al abrir aquellas puertas puedo verte
en aquel jardín de la infancia, donde si pudiera te susurraría al oído después de darte un beso. Que los ojos solo se cierran cuando dejas de ver a través del alma, y que la infancia es igual de bonita como poder recordarla también después.