Los mayores ante la situación actual de pandemia

Vivimos un periodo impredecible y peligroso que infunde miedos y preocupación ante posibles peligros asociados al COVID-19. Tememos contagiarnos o contagiar a otros y perder la vida, a un ser querido, el trabajo, la solvencia económica, etc. Curiosamente, un estudio reciente muestra que los mayores somos los que menos miedo tenemos a morir, a pesar de ser el grupo con mayor riesgo. Los que han recibido la vacuna recuperan parcialmente su seguridad, mientras que otros estamos pendientes de un plan de administración que se muestra errático.

La pandemia ha quebrado nuestra estructura de vida y no sabemos cuando recuperaremos las referencias que contribuían a nuestra identidad y de las que estamos siendo privados. Esa dificultad para vislumbrar un futuro normalizado, el aislamiento y las restricciones de movilidad favorecen las sensaciones de estancamiento y apatía.

Pero el impacto que las presentes circunstancias tienen en cada uno de nosotros depende, también, de cómo las estamos afrontando. Si respondemos sintiéndonos víctimas de un orden injusto o de unas decisiones equivocadas se acentuarán nuestras vivencias de impotencia y pérdida de control. Podemos dolernos por las oportunidades perdidas y canalizar el miedo culpando a otros, pero con ello estaremos obstaculizando la capacidad de recuperación que llamamos resiliencia. Y un estrés intenso o mantenido puede derivar en una sintomatología psiquiátrica, como depresión o ansiedad o psicosomática con sensaciones de cansancio y falta de energía, insomnio, dolores de cabeza, etc.

Por el contrario, una actitud pro-activa reduce la sensación de incertidumbre y nos permite recobrar cierto control sobre lo que estamos viviendo. Para mantenernos activos y socialmente conectados debemos recuperar un proyecto vital propio poniendo en juego estrategias realistas y adaptadas a las actuales circunstancias. Se requiere un esfuerzo psicológico para generar nuevos propósitos de actividad y relación que den un sentido personal a este tiempo incierto. Nuestras actividades nos aportan energía, refuerzan nuestra confianza en superar obstáculos futuros y mantienen nuestro vínculo con el mundo. Todo ello sin olvidar la prudencia y poniendo en práctica las medidas sanitarias que sabemos que funcionan.

Podemos también convertir algunos inconvenientes en ventajas. Vivir con un ritmo más pausado favorece la vuelta hacia uno mismo y nos invita a mirar hacia adentro y a preguntarnos sobre nuestra manera de vivir. Puede ser una ocasión propicia para revisar el pasado y planear nuevos comienzos. Ahora tenemos la oportunidad de acercarnos afectivamente a la familia más próxima y dedicarnos a labores postergadas que requieren soledad y concentración.

Una adaptación exitosa se consigue cambiando uno mismo e interviniendo en el nuevo escenario. Y siempre va a estar condicionada por nuestra personalidad e historia individual. Si es verdad que los mayores somos menos propensos a la renovación y al experimento, también lo es que todos seguimos evolucionando hasta el final. Con la edad no solo se sufren pérdidas y deterioro, también hay recursos que se refuerzan y otros que se desarrollan.

Los mayores nos vemos a nosotros mismos y al mundo de una manera más abarcadora, reconociendo similitudes y diferencias y tenemos en cuenta diferentes aspectos de la realidad antes de tomar una decisión; es lo que comúnmente entendemos por sabiduría. Con la edad también es posible avanzar en el conocimiento de uno mismo y en la adaptación de las expectativas a las posibilidades reales. Precisamente, el éxito en la adaptación a las circunstancias imprevistas está en sacar provecho de todos los aspectos positivos y no dejarse abatir por una visión exclusivamente centrada en las limitaciones y las carencias.

Bartolomé Freire. Psiquiatra, autor de La jubilación, una nueva oportunidad, LID Editorial.

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